domingo

D É C I M A E L E G Í A


"Que un día, libre ya de la terrible visión que me acosa,
se eleve mi canto de júbilo y alabanza hasta los ángeles propicios.
Que ninguno de los martillos de mi corazón con claridad pulsados
rehúse herir las cuerdas flojas, vacilantes o
desgarradas. Que mi faz inundada de lágrimas
me haga más radiante. Que el llanto imperceptible
florezca. ¡Qué caras me seréis entonces, oh noches,
llenas de pesadumbre! ¿Cómo no estuve más rendidamente arrodillado,
inconsolables hermanas, para recibiros? ¿Cómo no me entregué con más abandono
en vuestros sueltos cabellos? Nosotros, dilapidadores de los sufrimientos.
¡Cómo nuestros ojos inquieren por anticipado, en la triste duración,
su posible término! Pero ellos son en verdad
nuestra durable fronda invernal, nuestra oscura vinca pervinca,
una de las estaciones del año secreto -no solamente
estación-, son también lugar, poblado, campamento, suelo, residencia.

Cierto, qué extrañas son, ay, las angostas calles de la Ciudad del dolor,
donde en el falso silencio hecho de estrépitos sordos,
con violencia alardea el ruidoso oropel, el monumento
jactancioso, vertido del molde del vacío.
Oh, cómo un ángel les hubiera chafado, sin dejar huella, ese mercado del consuelo
que la iglesia deslinda, la iglesia que compraron recién hecha:
tan limpia y cerrada, desencantada como una oficina de correos en domingo.
Pero afuera bullen encrespados los contornos de la feria anual.
¡Columpios de la libertad! ¡Buzos y prestidigitadores del afán!
Y el tiro al blanco con figuras de la dicha engalanada,
donde todo se desconyunta en la diana y suena a hojalata,
cuando un tirador más hábil da en el blanco. Oscilando del aplauso al azar
se marcha dando traspiés; porque las barracas solicitan
la curiosidad, berrean los pregones y aporrean el tambor. Pero para los adultos
todavía hay algo especial que ver, cómo el dinero se multiplica anatómicamente,
no sólo como simple regocijo: el órgano sexual del dinero,
todo, el conjunto, el acto -esto instruye y hace
fecundo... ...
... ... ¡Ah!, pero pronto, un poco más lejos,
detrás de la última valla cubierta con los anuncios de la <No-Muerte>,
aquella cerveza amarga que los bebedores encuentran dulce
cuando la mascan sin cesar con frescas distracciones...,
pronto, traspuesta la valla, inmediatamente detrás, está lo real.
Los niños juegan, y los amantes se estrechan mutuamente, retirados,
graves, sobre el mísero césped, y los perros tienen su mundo.
El joven se deja arrastrar aún más lejos; quizá porque ama a una joven
Lamentación... La sigue hasta la pradera. Ella dice:
Lejos. Nosotros vivimos allá, fuera...
¿Dónde? Y el joven
la sigue. Le impresiona su porte. Los hombros, el cuello-acaso
ella es de un linaje ilustre. La abandona, regresa,
torna la cabeza, le hace señas... ¿Para qué? Es una Lamentación.

Sólo los muertos jóvenes, en el primer estado
de su serenidad intemporal, de su tranquilo desprenderse,
la siguen por amor. A las jóvenes las aguarda
y procura ganar su amistad. Les muestra con dulzura
lo que lleva sobre sí. Perlas del dolor y los finos
velos de la resignación. -Con los jóvenes marcha
silenciosa.
Pero allá, donde ellas habitan, en el valle, una de las más antiguas Lamentaciones,
muestra interesarse por el joven, si él le hace una pregunta. -Nosotras, dice,
las Lamentaciones fuimos en otro tiempo una raza ilustre. Nuestros padres
beneficiaban una mina, allá, al pie de la gran montaña. Entre los hombres
encontrarás a veces un fragmento tallado del dolor ancestral,
o, expulsada de un antiguo volcán, la lava petrificada de la ira.
Sí, esto procede d allí. En otro tiempo fuimos poderosas.

Y ligera, le conduce a través del dilatado paisaje de las Lamentaciones,
le señala las columnas de los templos o las ruinas
de aquellos alcázares dónde un día los principes de las Lamentaciones
gobernaban sabiamente sus dominios. Le muestra los altísimos
árboles de las lágrimas y los campos florecientes de la melancolía
(los vivientes conocen solamente su fronda apacible);
le muestra los animales del luto, pastando -y a veces
un pájaro se sobresalta y pasa rasante por su campo visual,
describiendo en el espacio la imagen de su grito solitario.
Al atardecer le conduce a donde están las tumbas de los antiguos
descendientes de la raza de las Lamentaciones, las sibilas y los profetas.
Viene la noche, ellos se mueven más suavemente, y al punto
se levanta, bañada de luna, la lápida funeraria
que vela sobre todo. Hermana de aquella cerca del Nilo,
la sublime esfinge: rostro de la cámara que guarda eterno
silencio.
Y contemplan atónitos la testa coronada que para siempre,
en silencio, tiene puesta la faz de los hombres
sobre la balanza de las estrellas.

Inabarcable para él: la muerte aún reciente
llena de vértigo sus ojos. Pero ella remontando la vista
por detrás del borde del Pschent, espanta la lechuza. Y ésta
deslizándose con trazo lento a lo largo de la mejilla,
aquella mejilla de redondez más madura,
graba blandamente en el reciente oído
del muerto, como sobre las dos páginas
de un libro abierto, el contorno indescriptible.
Y más altas, las estrellas. Nuevas. Las estrellas del país del dolor.
La Lamentación las va enumerando lentamente: <Aquí,
mira, están el "Caballero", el "Cayado", y esta constelación más copiosa
se llama "Corona de Frutos". Luego más lejos, hacia el Polo:
La "Cuna", el "Camino", el "Libro ardiente", la "Muñeca", la "Ventana".
Mas en el cielo del Sur, pura como la palma
de una mano bendita, la clara y resplandeciente M,
símbolo de las madres...>.

Pero el muerto ha de seguir adelante, y en silencio la Lamentación
más antigua le conduce hasta la garganta del valle,
en donde brilla, a la luz de la luna,
la fuente de la alegría. Con respeto
la nombre y dice: <Entre los hombres
es un río caudaloso>.
Se detiene al pie de la montaña.
Y allí le abraza sollozando.

Solitario, el muerto asciende hacia allá, hacia la montaña del dolor original.
Y ni siquiera repercute su paso a través del hado sin sonido.
Pero si ellos, los infinitamente muertos, pudiesen suscitar en nosotros un sìmbolo,
mira, nos mostrarían quizá los amentos que cuelgan
del desnudo avellano o
pensarían en la lluvia que cae sobre la tierra oscura en primavera.

Y nosotros, que pensamos en una felicidad
creciente, sentimos la emoción
que casi nos anonada
cuando algo feliz se derrumba."


Elegías de Duino, Rilke.

1 comentario:

paula dijo...

Hola espero que no te moleste mi intromisión aquí.
Soy la Paula, amiga de la natalya y la edel...
Bueno me gusto lo que escribes
Un beso...